Al anochecer
Ojalá y cuando acabe el día lluevan palabras y que éstas detengan las agujas del reloj. Como hacíamos antes, a la vera del fuego o haciendo un corro en la puerta de casa, nos contaremos historias mientras Venus se hace visible y enciende la noche.

Al amanecer del olvido

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Al amanecer del olvido, observa cómo pasa la vida con la mirada inocente de un niño. Si recuerda su casa, la familia o lo que deja atrás, no los añora; la preocupación o las lágrimas se le diluyen en las páginas desnudas, sin nada escrito, de sus recuerdos. En un mundo que se escribe con tinta invisible, la Mujer Olvido parece una muñeca rota; un botín de guerra que premia la enfermad que le ha vencido viviendo días larguísimos para una mente vacía. Habla a menudo con palabras extraviadas que se pierden entre el pensamiento y la boca, en medio de las dunas de un desierto de silencios. Dicen que un día, la luz que miraba de manera insistente se matizó y ayudó a renacer los recuerdos guardados en la inconsciencia. Unos ángeles con una sola ala llegaron al mundo de fantasías y mentiras y ocuparon todo el espacio. No tenían rostro, ni pies, ni manos, ni nombre, pero actuaban con la seguridad que sabían lo que ella necesitaba. De dos en dos, la única manera en que podían volar guardando el equilibrio, anudaban sus brazos a los de ella y la ayudaban a adelantar en el sendero del tiempo. Siguiendo el “collage” formado por rancios y emotivos pedazos íntimos, se pararon en un aposento donde ella, la señora de aquel tiempo antiguo, era modista y regalaba la brillantez de sus ojos a las prendas de ropa que confeccionaba. Allá no hilvanaba con laberintos las anchas costuras de la enfermedad que sufría y los seres alados aprovecharon para que cosiera las ideas de manera comprensible. Le mostraron como coser momentos, como zurcir pedazos del día y como combinar vivencias con bordados multicolores. Cuando se le enredaban los hilos o se le hacían nudos y miraba el vacío, la ayudaban a festonear las voces y a sobrehilar la tela de lo que vivía. También le hacían que practicara  rematando con un pespunte, lo poco que recordaba y trataban que no remontara ni retocara nada con tal de tapar la herida del disimulo. Miraba a la Mujer Olvido con ojos vigilantes, obligada a no intervenir, tratando de borrar la desazón que le producía lo que intuía que acontecería. Todo debía continuar del mismo modo, con una continuada alerta involuntaria para evitar que le ocurriera nada mientras custodiaba su existencia desteñida, con la convicción de que no los reconocía, pero sentía lo que desprendían hacia ella. Las visitas de los neurólogos y los psiquiatras dejarían de ser el único apoyo. Seguro que en el Centro de Día todo iría bien. Si los días no eran difíciles ni fáciles, al menos serian. El recuerdo de las cosas que nunca existirían en ella, permanecerían en el corazón y el pensamiento de los ángeles con una sola ala que, aunque  obligados a abrazarse para poder volar, eran una de las mejores muletas de la desmemoria. 
2 comentaris:

Que bonito cuento nos has dejado Pilar, me ha gustado mucho.
El recuerdo de las cosas que nunca hay que olvidar y que tienen que permanecer dentro de ti.
Que no olvides la calle adoquinada en donde naciste.
Besos


Me alegra que te gustara, Mari-Pi. Gracias, eres un cielo.


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Probablement necessitaria una vareta màgica amb la qual destriar la línia, massa fina, entre la realitat i la ficció de pensaments, idees i sentiments. S'han anat desdibuixant a mesura que anava vivint.

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