Fijo la mirada en tu anatomía silenciosa e inerte, pero no llego a verte. No sé quién eres ni por qué apuntas en una sola dirección, estableciendo leyes. Tengo la sensación de que no existes, de que no has existido nunca, pero te idolatro hasta el punto de hacerte real en una elasticidad que te encoje o te alarga, según lo vivido. No habitas un lugar concreto, pero te extiendes por todas partes. Tu sombra se mueve trazando un círculo entre las llamaradas que alternativamente iluminan la tierra y te dan nombre. Es imposible sentirte cuando pasas, con el inquietante fluir etéreo e inconcreto. Te gusta jugar con el concepto de hacerme creer que me resultas imprescindible y me arrastras en esa idea, sin esfuerzo. Eres un eco que se repite en la oscuridad que me atemoriza, reproduciéndote en una, casi imperceptible, onomatopeya. Me distraes con imágenes idílicas de un pasado caducado o un futuro incierto, con el fin de confundirme en el ahora.
Me encarcelaste al nacer. Te siento en las cicatrices alineadas que me surcan el rostro, mientras vas golpeándome hasta conseguir que se me doblen las piernas, haciéndome caer de bruces, sin fuerzas para levantarme. Me ignoras en el vacío, aunque quiebre tu fragilidad, tratando de indagar tu secreto. Llegado este momento te abalanzas sobre mí y me devoras. Kronos ...¿Por qué?
Publicar un comentario
Dime, te escucho...