Cuando se encienda la noche, dejando el alboroto del día a oscuras, el tiempo se detendrá y se repartirá convertido en recuerdos. Será un collar de luz que me permitirá ver la ternura de sus ojos, mil veces reflejada.
Esta noche tan clara, permitirá que vuelva a brillar con esplendor una estrella guía. Detrás de ella, como cada año, podremos ver tres figuras que, utilizando como trampolín las manecillas del reloj, se internarán chino chaño en los hogares y abrirán las ventanas al mundo de los sueños. En un mar de quietud y el silencio nervioso de los que querrán dormir y no podrán, trabajarán sin descanso hasta que el amanecer se los lleve convertidos en sonrisas y gritos alegres.
Los regalos que encontraremos mañana, mostrarán una vez más, que los Reyes existen. ¿Cómo si no encontraríamos materializados nuestros sueños al levantarnos cada seis de enero? Tal y como me dijeron mis padres, tal y como les dije a mis hijos, son tres y vienen desde oriente. ¡No es una ilusión, lo hacen! Nunca ha ocurrido que al levantarme los regalos no estuvieran. Creo que vale la pena vivir durante un día la inocencia en toda su esencia, como una lluvia mágica antes de la "libertad" del conocimiento. ¿Acaso no tenemos toda la vida para ser "libres"? Hoy, al anochecer, dejaré aparcada la libertad de la racionalidad en el extrarradio de la vila y seguiré las carrozas de su Majestades, de la mano de Andreu, y Ferran hasta que los ojos rebosen de tanta maravilla.
Escucho los recuerdos, esos pequeños retales de tiempo que no han querido irse, me asomo a las ventanas que las mayestáticas figuras, símbolos que me permiten entender la generosidad y la gratuidad, abren y me adentro en el mágico mundo de la ilusión que he ido acumulando mientras crecía. Los espero con impaciencia, con un plato de arroz con leche, con sabor a canela y limón.