“Cuentan que hace mucho, mucho tiempo… en el reino subterráneo donde no existe ni la mentira ni el dolor, vivía una princesa que soñaba con el mundo de los humanos, soñaba con el cielo azul, la brisa suave y el brillante sol. Un día burlando toda vigilancia la princesa escapó. Una vez en el exterior la luz del sol la sedó y borró de su memoria cualquier indicio del pasado, la princesa olvido quién era, de donde venía…”

(Guillermo del Toro: El laberinto del fauno)

El miedo, se mueve como un felino por la mente humana. Abre caminos de incógnita que obligan a huir, buscando refugios en laberintos desconocidos, con un solo sendero para acceder al centro. No existe otra alternativa. En él, convergen muchos tiempos en uno solo y se citan seres extraños, que surgen de lo onírico. No existen límites cuando lo que se pretende es que la tierra se funda con el cielo. 

En el lugar más privilegiado del imaginario, magnífico lugar donde esconderse para protegerse del loco mosaico que compone la realidad, un dédalo de letras dibuja susurros y evita perderse para siempre en lo que no se quiere vivir.