Allá en el mundo, fuera de mi adorada librería, era cada cual a lo suyo y sálvese quien pueda.
................
Eran sueños enormes, como novelas. A veces me tiraba días con una sola escena.
................
Jerry hablaba y yo escuhaba. Poco a poco fui sabiendo más cosas de su vida, en tanto que él -podemos afirmar sin temor a equivocarnos- cada vez sabía menos de la mía.
Era verano cuando, al encontrármela de repente, recordé de nuevo que viven entre nosotros; que están en todas partes aunque no las vemos, porque nos necesitan para sobrevivir. Al parecer seguíamos el mismo camino, pero no me di cuenta hasta que cruzamos a la acera de enfrente de la librería donde estuve recreándome un rato con los libros del escaparate. Una última mirada a las portadas y...Apareció como un fantasma, deteniéndose tan cerca que me dificultaba deshacerme del asco que me producía aquella cola larga, enganchada a un cuerpo cuyo tamaño habría hecho recular incluso al “Super ratón”. El primer impulso fue correr calle arriba, pero con mi compañera habría sido imposible. También me detuvo el hecho que una mujer que andaba por la acera del portal de la librería donde la rata se había refugiado, provocó que esta arquease el lomo y abriera la boca de par en par. Intenté no asustarla, a pesar de mi espanto, mientras indicaba a la mujer que cruzara donde estábamos nosotras. Mientras todo esto ocurría, la roedora no nos perdía de vista. Como si analizara la situación con aspecto severo y se erizó dejando que el aire entrara en sus pulmones.
Sin poder evitarlo, me vinieron a la cabeza las ratas sagradas que corretean alegres en un templo en Deshnoke, en Rajastán, al nordeste de la India, según me habían explicado, y me estremecí ante la imagen que la mente fue creando con aquella asociación de ideas. El ruido del camión de la limpieza que pasaba y la voz temblorosa de la mujer al llegar a nuestro lado, me sacaron de la inesperada pesadilla duplicada. Intenté explicar con señales a sus ocupantes lo que ocurría y afortunadamente, al ver la rata se dieron cuenta de la situación. Pararon el camión y bajaron con una enorme pala, acercándose sin prisas.
Todos permanecíamos inmóviles. Ella era la única que llenaba el espacio por completo, olisqueando y sintiendo las vibraciones de un viento que empezaba a no serle favorable. Uno de los empleados de la limpieza levantó la pala y el otro la pierna con la intención de aplastarla, haciéndonos dar cuenta que en el destino del animalejo los minutos estaban contados. Los dientes del miedo fueron más fuertes que los suyos y le segaron la vida.
Poco después me cayó en las manos un libro en qué conocí otra alimaña “de ciudad”. Esta, muy humanizada gracias a la fantasía de un muy buen prosista, me hizo devorar el libro donde es posible todo lo que le pasa.
20/1/11
Pilar, este detalle no tiene precio
:)
muas!!
20/1/11
Gracias, Almena. Tú haces que tenga sentido.
Publicar un comentario
Dime, te escucho...