El agua chocó contra la roca y se abrió bajo la silla cuando flotaba río abajo. Ninguna mirada acompañó su descenso hacia el fondo, dando tumbos.

Una dulce canción surgió de una cueva cercana. ¿Quién cantaba ignorando la mala fortuna de una silla lanzada al agua? La mujer de agua abandonó el hogar y se acercó a la antigualla, con curiosidad. Nunca había visto otra cosa igual, con una forma tan mágica. Cogió la silla, la colocó ante la cueva, y la cubrió con un sutil tul, que tenía guardado en una caja antigua. ¡Que transformación! ¿Dónde había ido a parar el hallazgo inútil? Allí había un magnífico trono, al que se subió la Aloja, subyugada, e inició una turbadora y sincronizada danza acuática, nunca imaginada.

La noche cubrió la luz, sorprendida con el brillo, que se abría paso dibujando el agua. Mujer y silla son una sola, bailando dentro de cada gota cristalina, hasta el confín mitológico.