Cerca del río Moldava, al norte de la ciudad vieja, camino del barrio judío, hay un convento. Se accede por calles solitarias que recorren la línea de edificios continuos, alejados de cualquiera de los puntos que atraen a los visitantes de la ciudad.
Aparece de repente. Te recibe la desnudez de sus capillas y la austera decoración de algunas paredes con pinturas medievales. Éstas, parecen ventanas abiertas por donde asoma el silencio, a través de las cuales se puede ver más con la percepción que con los ojos.
En el punto donde la luz cae como un haz de plumas blancas hay una tumba inmaculada. Es la única indicación temporal del lugar. Una figura femenina recorta la superficie de la piedra. Era una princesa que se llamaba Inés y no quiso casarse con ninguno de los dos reyes que la pretendieron. Se hizo monja clarisa y fundó una orden religiosa masculina, llamada "Crucífera del Estrella Roja". ¡Qué hazaña para una mujer!
Ningún pensamiento, ningún objeto, existen...Hasta que me llaman. Vuelvo de la ausencia de palabras, con una fotografía robada al latido del tiempo, de una escena imprecisa.