Al anochecer
Ojalá y cuando acabe el día lluevan palabras y que éstas detengan las agujas del reloj. Como hacíamos antes, a la vera del fuego o haciendo un corro en la puerta de casa, nos contaremos historias mientras Venus se hace visible y enciende la noche.

Piedad

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La recuerdo, aunque tengo su imagen ingratamente desdibujada a causa del tiempo. Fue mi profesora de literatura en tercero de bachillerato. Nuestro primer encuentro, desastroso, lo considero importante porque forma parte de la historia de mi vida en que ella era el personaje principal. El primer día que nos dio clase, al verla, tuve la impresión de que era muy seria, cosa que no ligaba con su juventud. La dibujé en la libreta con un gran moño, diciendo: "Hola, soy la señorita Rotemmeyer". Se dirigía a nosotros hablándonos de usted. Hasta aquí se podía aguantar la situación ya que otros profesores nos tenían acostumbrados a este trato, pero la cosa se complicó cuando dijo que una de las lecturas obligadas del curso era "El Quijote" y que teníamos que hacerle entrega del resumen de la primera parte, el primer trimestre del curso. Haciendo un gran esfuerzo para reprimir el impulso de decirle que se desvariaba, alcé la mano pidiéndole permiso para hablar. Cuando me concedió la palabra, le aseguré que así no conseguiría que nos gustara ese libro. Se enfadó mucho y me sentó al final de la clase completamente sola ... Señorita Rotemmeyer? Me había equivocado. Era un monstruo sin nombre.
Las semanas posteriores fue cambiando la idea que se hizo de mí. A pesar de mi rebeldía, seguía sus explicaciones con interés. Un día, al salir de clase, me dijo que quería hablar conmigo. Estoy segura que en aquella conversación nació una fuerte amistad. Cuando acabamos de hablar me invitó a sentarme a mi lugar.
Por Navidad, además de colaborar en el regalo que le hicimos entre todos los alumnos, le escribí una felicitación a mi estilo. Con un fragmento de un libro que me había gustado mucho. En aquella ocasión fue el siguiente: “...Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; y la salutación que el mejor maestro de la tierra y el cielo enseñó a sus allegados y favorecidos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: “Paz sea en esta casa”…De tal manera y por tan buenos términos iba persiguiendo en su plática don Quijote, que obligó a que, por entonces, ninguno de los que escuchándole estaban le tuviese por loco”. (Fragmento del Quijote, capítulo XXXVII). Se la entregué y cuando la leía le cayó alguna lágrima que se quitó de un manotazo.
Nos invitó a merendar en su casa a mi mejor amiga, Maite, y a mí. Aceptamos la invitación y...La tarde acabó accidentada.
Piedad vivía en un piso compartido con otra profesora que nos recibió con simpatía. En aquella época no había calefacción en las casas y combatíamos el frío con estufas de gas o braseros que se metían bajo una mesa cubierta por unas enagüillas. Estábamos merendando y charlando cuando cierto olor nos advirtió que las enagüillas se estaban quemando. Piedad y su compañera tuvieron un gasto extra.
El resto del curso sirvió para que nos conociéramos más. Me ayudó en el papel que me habían dado en la obra de teatro “El médico a palos” de Molière, que representamos al final de curso. Fecha en qué tuvimos que despedirnos porque ella era profesora interina y se acabó su contrato. Con una rebeldía mucho más fuerte que la manifestada cuando pretendía obligarnos a leer “Don Quijote”, acepté la realidad. Piedad se fue a Salamanca para dar clases al curso siguiente en el instituto.
Nos escribimos. Respondía a todas las cartas que le enviaba. Me habló de un chico que conoció y de sus planes de irse al extranjero para poder ampliar su formación. En Marzo le escribí comunicándole la muerte accidental de mi padre. Me telefoneó. Quería consolarme. Me aseguró que aquella misma tarde me enviaría una carta en que trataría un tema del cual no habíamos hablado: La muerte. Intentaba hacerme entenderla como el final de un viaje. Decía que era cómo si saliéramos de un puerto con el fin de hacer un trayecto, a veces corto y a veces largo. Que aquel viaje se acababa porque teníamos que volver a nuestros orígenes y que, quizás, continuaba en otro lugar. Sin embargo, lo más importante era lo que se conseguía en el trayecto. Años después leí el libro “El lobo estepario”, de Herman Hesse, en que hay una descripción muy parecida.
Continuamos escribiéndonos un año más hasta que un día su madre me informó que se había ido al extranjero y que le enviaría la última carta que le había escrito. No supe nada más de ella, pero durante los tres años que compartimos me enseñó a descubrir cosas importantes de la vida y me hizo sentir que yo era importante.
7 comentaris:

Que bonita historia, ya ves fueron tres años llenos de amistad y de un aprendizaje muy valioso que te ha servido en tu vida.
Hay gente que nos cae mal en un principio pero a medida que los vamos tratando encontramos sus valores y se nos quedan los mejores amigos.
Feliz Año Pilar, un abrazo


Una de las cosas que aprendí fue a no prejuzgar, Mari-Pi. Creo que ella tambien aprendió alguna cosa. Fue un dar y recibir que nos ayudó a ambas y hubo grandes dosis de admiración.


Algunos monstruos tienen buen corazón!
Saludos!


El catùfol quan puja,
pensa que dalt es buidarà ?
L'amistat dóna que dóna
fins que li buidin les mans.
Dins del fons de la pouada
cabussarà, aigua omplirà
i tornarà a retre genollada
vessant quant son por l'hi ha dat.
............ Anton.


Tatuagem. Siempre me han gustado los monstruos. Con ellos aprendí a huir y a esconderme. Salutacions, maca!

Rebaixes. Més que donar, m'agrada compartir, Anton. És l'única manera que l'amistat creixi sense cap deute i mai no s'oblidi.
Gràcies per aturar el teu trenet en aquesta estació.


Interesante ver cómo cambian las perspectivas de las personas una vez se les conoce, y lo supiste hacer, no te quedaste con la imagen de todos los defectos de una maestra, si no que conociste sus bondades... Ojalá todos aprendiéramos a no juzgar por la primera impresión... Saludos


Bastetselene. ¡Bienvenida! El mérito es de ella, que me ayudó a hacerlo. Con 14 años, son pocos los prejuicios que nos habitan.
Gracias por venir.


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Probablement necessitaria una vareta màgica amb la qual destriar la línia, massa fina, entre la realitat i la ficció de pensaments, idees i sentiments. S'han anat desdibuixant a mesura que anava vivint.

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