Al anochecer
Ojalá y cuando acabe el día lluevan palabras y que éstas detengan las agujas del reloj. Como hacíamos antes, a la vera del fuego o haciendo un corro en la puerta de casa, nos contaremos historias mientras Venus se hace visible y enciende la noche.

La víspera de Todos los Santos

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En Salamanca famoso
por su vida y buen talante,
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza,
su hermosura varonil.
(Espronceda: El Estudiante de Salamanca)

Cálmate, pues, vida mía;
reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
(Zorrilla: D. Juan Tenorio)


Observo los escaparates que nos indican que celebramos alguna cosa. Lo hacen incorporando un màrketing visual, auditivo, olfativo, gustativo y táctil. Las calabazas, sonrientes y desdentadas, destacan entre disfraces y brujas, mientras que los panellets se reinventan con nuevas formas y las castañas se tumban sobre las brasas que obligan a arremangarse a castañeras y castañeros. La pregunta inevitable me sale al encuentro. ¿Qué celebramos? Dicen que nuestras tradiciones están amenazadas por la invasión de otras, pero yo no lo tengo tan claro. Pienso que la dimensión estética y cultural está por encima del materialismo del contenido comercial que pretende, evidentemente, empujar a los negocios... De aquí, claro está.
Los antiguos celtas celebraban el Samhain, la muerte de la naturaleza que se cubría con la mortaja del invierno. Blanca de nieve antes, amarilla de yema ahora. Se creía que, aprovechando la oscuridad, los espíritus vagaban entre los vivos y ponían una brasa dentro de una calabaza para ahuyentarlos. Esta tradición la exportaron al nuevo continente donde se añadió el disfraz de fantasmas y espíritus y las decoraciones siniestras con que asustaban a los muertos.
En nuestras regiones se salía en silenciosa procesión con unos candelabros, con el fin de asustar a los espíritus errantes, y se rezaba mientras las campanas tocaban a muerte. Eso se transformó en una cena familiar dedicada a los muertos, donde se degustaban los productos de la época, que recordaban antiguas comidas funerarias. Hay que añadir que las castañas no se compraban sino que se adquirían en las rifas que se instalaban por todas partes. Todo tenía lugar el día de Todos lo Santos; no la víspera, cómo se hace ahora ...
Los referentes comunes trascienden y tejen telarañas sociales que establecen puentes entre las distancias geográficas y culturales y ayudan en el comercio. Yo, siguiendo la tradición literaria, releeré "El Tenorio", de "Zorrilla" y "El Estudiante de Salamanca", de "Espronceda". Con respecto a la puramente gastronómica, la más lúdica, celebraré la castañada, donde no faltará el adorno de alguna calabaza e igual y alguien se disfraza de castañero o castañera y asustará a la preocupación y a cualquier tristeza. Recordaré, la celebración que hará la AMIGA con el goloso ritual de "trick or treat", adobado de tradiciones célticas y anglosajonas, mientras un sudario de nieve inmaculada cubre el otoño ... Allí sí. Al fin y al cabo, lo esencial en esta tradición común es el culto a los que nos han dejado, aunque hoy día sea lo que menos importa.
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